¡Cuán caballero avistaba desde su lecho!
grandes obras iluminadas,
desde aquellas sedosas sábanas.
¡Que un calor especial desprendían!,
pues un huésped desde allí,
contemplaba el rostro de la joven carmesí.
El gran candelabro de plata
iluminaba a una joven,
aquella víctima, la retratada,
dueña de su verdugo en casa.
!Cuán caballero impresionado!
de aquella dulzura,
de esa belleza
con aires de grandeza.
Impresión profunda
causó tal retrato,
en ojos de aquel muchacho.
Inexplicable sensación de realidad
llenaba al cuadro con dignidad,
pues su propio autor,
utilizó cuerpo y alma
de su propia inspiración.
Largo tiempo pasó sin querer,
y el gran genio,
allí entre tierra y cielo,
pintaba a su hermosa mujer.
Rozaba la sin razón,
por lo que le había convertido su amor.
¡En una extrañeza de inspiración!
de la que ni él mismo,
era dueño te tan vil sueño.
El poder de su locura,
era comparable a la sombra de su hermosura,
la de esa bella mujer,
a la que provocaba morir
regalándole su ser,
mostrándole cada gota de su sentir.
¡Cuán caballero derrotado por el éxtasis!
Una tristeza que se apoderaba de su genialidad.
Y un grito desgarrador
que le hizo volver a la realidad del terror.
Todo lo vivido se perdió.
¡Mi mujer murió!
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